miércoles, 20 de septiembre de 2017

"Una vez leí un libro. Y no me gustó"


Arranca un nuevo curso. Lo primero, está claro, es conocer a nuestro nuevo alumnado y contribuir también a que estudiantes que quizá nunca han coincidido se conozcan recíprocamente. Una manera de romper el hielo es abrir la semana conversando sobre libros. Así que el segundo día de clase nos juntamos en la biblioteca y  chicas y chicos  hablan de su afición o desafección a la lectura, de sus libros y géneros favoritos, de cómo ha ido encajando las diferentes formas de prescripción lectora en la escuela. Las dos primeras sesiones, conversaciones distendidas en el seno del gran grupo y en la que todos participan, son fluidas, agradables... aunque nada alentadoras desde el punto de vista de la predisposición hacia la lectura.

"No leo nada. Nunca he leído nada que me guste". "Una vez leí un libro. Y no me gustó". "Nunca me he leído un libro". "Yo no leo nada. Y si me mandan leer algo en el instituto o me veo la peli o me leo un resumen". "Antes leía. Ya no". "Me tiene que llamar mucho la atención el libro; si no, no me lo leo. He intentado leer algún libro, pero no". "Profe, yo solo leo el Marca". "Dejé de leer a las 8 o 9 años". "Nunca he leído un libro entero". Estas afirmaciones, tan rotundas, dibujan el perfil predominante en cada una de mis dos clases de 4º: el de los refractarios a la lectura, los objetores militantes. No obstante, las intervenciones son cálidas y las risas frecuentes.


Otro grupo, algo menor, nos abre algún resquicio. "No me gusta nada leer, pero una vez me leí un libro por mi cuenta y me gustó. Se llamaba El niño del pijama de rayas". "No leo mucho, pero me gustan las curiosidades que leo en Instagram. Lo de ¿Sabías que...? Eso sí me lo leo". "El único libro que he leído ha sido El perfume y me gustó". "No leo nada. Y ya. Pero me gustaría tener disciplina. Dormirme leyendo un libro". "A veces sí que leo, depende de lo que me aburra". "Leo cuando tengo tiempo". "No es que no me guste leer, me gusta algún tipo de libros, como Juego de Tronos". "Leer no es que me emocione, pero los libros que me mandan en el instituto sí que me los leo". "Con los libros del instituto al principio no me gustan, pero luego me voy enganchando". "Me gusta mucho leer, pero no libros. Revistas, moda, cosas de actualidad". "No me gusta mucho leer. Mi libro favorito es El señor de los anillos".

Un último grupo lo forman quienes sí se declaran lectores, aunque en la mayoría de los casos se trate de lectores muy selectivos. A Karen le gustan las biografías, las experiencias reales. A Marina los libros de aventuras y de animales. A Álex le gusta la poesía. "Gustavo Adolfo", dice. Y Gioconda Belli. Yasmina se considera muy lectora: le gustan los libros de aventuras y románticos, pero sin pasarse... A Nagore le entusiasma El Principito, porque le hace pensar. Jordan y Camila se confiesan lectores voraces, fans de Stephen King. A Osama, Andrea, Verónica, Anás... les gustan Los juegos del hambre, Juego de tronos, El corredor del laberinto. A Ana, que odia que le manden leer, le encanta Poe. Noelia, lectora voraz y también escritora, se decanta por "los libros antiguos", como Sherlock Holmes o El fantasma de la ópera. Y a Dani le gusta la literatura juvenil -Juego de Tronos- pero sueña con leerse El manifiesto comunista. "Es que mi ambiente es muy rojo", aclara.

Al hilo de sus intervenciones hemos ido conversando también sobre otros libros. Quizá alguno de los que ellos citaban me llevaba a mí a otro título, aunque les avisaba de que la asociación no la provocaba tanto la semejanza entre los libros como los rasgos del lector que creía adivinar en ellos.

¿Le gustará a Karen Monstruo de ojos verdes, de Joyce Carlos Oates? ¿El Diario de Ana Frank? Y a Marina ¿Colmillo Blanco, tal vez? A Álex le indico dónde tiene los fondos de poesía contemporánea en la biblioteca, para que vaya probando. A Yasmina le acerco La princesa prometida, que no conoce y a Nagore, a quien le gustaban los libros que hacen pensar, le muestro El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano. Por asociación de ideas -de autor, más bien- recuerdo El fútbol a sol y a sombra, y les hablo de él a los fervientes lectores del Marca, que no son pocos. A Jordan y Camila, además de prometerles comprar más títulos de Stephen King para la biblioteca, les pregunto si conocen La noche del cazador, de Davis Grubb, que a mí me hizo temblar. Y a Dani, a quien le espera en casa El manifiesto comunista, le hablo del libro que me estoy leyendo en estos momentos -Entre el mundo y yo-. Mi apresurada reseña parece atraer su atención y la de un buen puñado de compañeros. Les prometo llevar el libro a clase y leerles algunos fragmentos. 

 


Surgen otros libros en el camino -El señor de las moscas, El guardián entre el centeno, Rebelión en la granja, El olvido que seremos, El harén de Occidente- y de ahí saltamos a las series. ¡Lo han visto todo! Desconocen, sin embargo, The Wire, y son muchos los que parecen hacer caso a mi encarecida recomendación. "Ya solo nos falta hablar de música", bromeo. Y terminamos hablando -yo solo escucho- de su pasión por el rap. 

Hay camino. Hay, sobre todo, un ambiente distendido y gusto por la conversación. El desafío pendiente, un año más, es cómo contribuir al fomento del hábito lector, a la educación literaria de quienes están en el momento álgido de su desafección por la lectura. Descarto proponer un solo título como lectura compartida para todo el grupo y les pido un margen de unos días para pensar una fórmula alternativa. Porque no, no vengo con algo preparado de antemano. Tampoco en mi departamento optamos por una misma lectura curso tras curso para cada nivel. Una cosa es compartir criterios, propuestas, reservas incluso, y otra bien distinta renunciar a tratar de adaptarnos a la diversidad de perfiles lectores de nuestro alumnado, a la diversidad también de perfiles lectores de nosotros, los docentes. Procuraremos, eso sí, que haya una cierta gradación en la complejidad de los libros propuestos en cada curso. E intentaremos, también, coordinarnos con los otros colegas de nuestro mismo equipo docente no vaya a ser que a fuerza de prescribir títulos obligatorios sofoquemos el gusto por la lectura incluso de quienes aún lo mantienen vivo.

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